domingo, 30 de agosto de 2009

Como decir lo que oímos

Para romper ciertas reglas nosotros nos desviamos hacia una nueva, en este caso esta regla conlleva a sacar de nosotros el único cuerpo desnudo que poseemos. Hacer correr dicho cuerpo sobre mares de algodón o cielos de concreto mientras observamos a la simpleza nacer una y otra vez. Volar simplemente por sobre las fuentes de cristal para poder darle un sentido a ese mundo nuevo que uno quiere que los demás conozcan, poder dar vida a las ilusiones personificadas, amar de una manera distinta los diferentes recursos que se nos son otorgados mientras merodeamos por el gran hostal en la indefinida estadía. Y es cierto que a veces queremos salir de entre las líneas y nos ponemos a nosotros mismos como un único personaje capaz de generar lo que ansia, bajo las luces, bajo los árboles por la siesta en invierno, o como a cada mente se le explique el sentido de viajar en su interior.

Cada acción es una nueva sinestesia distinta a la anterior que nos guía entre la oscuridad para poder comprenderla y quizás algunos hasta contemplarla, para poder continuar con las aventuras y fantasías que nos despejan en la infancia y nos alejan de la verdadera oscuridad, entonces cuando se crea mas que lo que deseamos podríamos caracterizarlo como un espacio oculto al que ingresamos perdiéndonos de cualquier orbita, de cualquier otro lugar que no pertenezca a esa nada tan completa que nos da una nueva cátedra sobre el rumbo por el cual continuaremos.

Si nos ponemos desde el otro punto perceptivo podemos entender que cuando las simples y/o complejas creaciones rebotan por doquier en la oscura habitación que hemos creado, despejamos al cuerpo nuevamente tejiendo grandes redes en las cuales quedará estancado hacia el final de la odisea melódica por la que este viaja, despertando así en la razón para caer nuevamente en el inicio del próximo delirio que a su vez va conociendo los colores.

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