Mis
amigos, la mayoría estaban perdidos en la droga de moda y como humanos
fundamentalistas que son ellos querían meterme ahí. Yo soy de mente abierta
pero no un estúpido, justamente. No soy tan cerrado como para dejarme dominar
por una mierda tan común, tan sin sentido. Si bien como buen antropólogo que
soy decido aceptar una invitación.
La ocasión se da un domingo a las 20 hs. Los changos se preparan, están eufóricos, la verdad que ya los había
visto drogarse y me intrigaba el estado místico que ellos alcanzaban. Nos
encerramos, nos sentamos en sillones y es ahí cuando empieza todo su ritual;
compran alcohol para acompañar el estímulo, siempre el viaje es distinto, por
ejemplo a Kevin Ramirez hoy le pegó la euforia mientras que a Tony Gutierres le
pegó violentamente, contra Kevin justamente, mientras que a otros dos
participantes que no conozco les pegó para el lado de la simulación del estado
de Kevin acudiendo con comentarios estúpidos. Gritos en exceso, tanto en el
grupo como desde la calle comienzan a ingresar, similares a los de un simio, es
de dónde venimos me reafirmo. Luego de constantes gritos una simia le contesta
con más gritos desde su árbol con kichenet, otros simios de otros árboles de
concreto comienzan a orquestar más gritos a la simia asegurándole que en un
futuro próximo “la van a cagar culiando
por Boliviana”
A los 45, por lo general
47, 48 minutos la droga deja de hacer efecto, se come algo y se prepara uno
para la segunda dosis. Aquí se define el estado de ánimo de cada uno volviendo
a su casa para luego continuar la noche. A mi esta mierda no me pega, me parece
demasiado banal, no entiendo por qué pueden sentir con tanto placer la aguja de
diversas corporaciones, no entiendo nada. Solo me desestructura en el sentido
de pensar que es tan fácil dominar humanoides que me pega la paranoia. La
euforia sigue, tanto negativa como positiva en los participantes, siento que
sus energías son absorbidas por poderosos y que detrás de este ritual hay una
gran mafia la cual los cegados de estas drogas no pueden ver, experimentan un
ego colectivo a donde se atribuyen triunfos y derrotas que jamás han logrado, saltan
de la pasión al odio sobre un número de personas que les definen su felicidad,
pobres enfermos, pobres por creer tanto, pudiendo solo consumir se pierden. Los
90 minutos ya han pasado y siento que algunas neuronas han muerto, es la
primera vez y ultima que consumo un súper clásico o cualquier partido televisado en mi vida. Ya he visto como
ha destruido los cerebros, como ha desviado la verdadera atención.
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