Sobre la imposición de “la vida” y como tratar
de escaparle.
Se aprende
viviendo, así de frío y básico. Es la única forma para ir descubriendo que las
viejas chotas siempre serán chotas por que ya lo fueron siempre y más allá de
la positividad de uno. Todos somos chotos, una miseria, una molestia.
Los
herederos del oxigeno en las calles provocan psicodélicas sonrisas al que
mastica el gusanito antes de ponérselo en su boca para posarlo en sus piquitos.
Pero luego generan traumas existenciales, se adiestra la inmundicia del reflejo
absurdo, se expropia el otoño intravenoso sacudiendo los últimos cables que
hacían bombear esa mierda de corazón que creías tener y nuevamente pega ese
frío que es tan conchudo como una basura apoderándose de tu pueblo mientras ellos
aplauden el cielo.
Sigues
viviendo y tu hijo ya te irrita las bolas, la infeliz de tu mujer ya te tiene
asco y quieres irte a la re concha de alguna perica. La calvicie no siempre es
sexy, no.
Te desanimas,
la vida te ha puesto de cuatro y te la mete suavecito como latino novelesco,
nuevamente descubres. Descubres que es en vano mirar una mujer acompañada, mas
cuando está presente su novio y mucho mas cuando tu calva no es como la del las
águilas. Te matas, ya no queda otra.
La puta de
tu esposa dona tus órganos y desde el otro lado te indignas pero a la vez te
cagas de risa, le dará vida a otros chotos si, pero por suerte ella ha creído
que ese cadáver con la cabeza explotada eras vos y el tiro te ha salido bien.
Tus manos ya están limpias y todos creen que has muerto, ahora todos te aman.
Mientras
tanto vos te cagas de risa desde otro país.